Algunas formas de vida distintas de las vigentes tienen gracia, indudablemente. Para peor y para mejor, las cosas podrían ser de otra manera.
A menudo, cuando se muere un pariente, te atropella un coche, le toca la lotería a un obrero en paro, se casa una hija o te hacen una mala jugada, la gente dice: "¡es la vida!" o bien "¡es ley de vida!".
Lo que hacemos no es, sin embargo, la vida. Muy pocas cosas están programadas por la biología. Nos es preciso evidentemente, comer, beber y dormir; tenemos capacidad de sentir y dar placer, necesitamos afecto y valoración por parte de los otros, podemos trabajar, pensar y acumular conocimientos. Pero cómo se concrete todo eso depende de las circunstancias sociales en las que somos educados, maleducados, hechos y deshechos. Qué y cuántas veces y a qué horas comeremos y beberemos, cómo buscaremos o rechazaremos el afecto de los otros, qué escala y de qué valores utilizaremos para calibrar amigos y enemigos, qué placeres nos permitiremos y a cuáles renunciaremos, a qué dedicaremos nuestros esfuerzos físicos y mentales, son cosas que dependen de cómo la sociedad - una sociedad que no es nunca la única posible, aunque no sean posibles todas - nos las defina, limite, estimule o proponga. La sociedad nos marca no sólo un grado concreto de satisfacción de las necesidades sino una forma de sentir esas necesidades y de canalizar nuestros deseos.
El amor, el odio, la envidia, la timidez, la soberbia... son sentimientos humanos. Pero, ¿en qué cantidad y a propósito de qué lo gastaremos?
"Nacer, crecer, reproducirse y morir". De acuerdo, eso hacemos. Pero ¿acaso no importa cómo y cuándo naces, qué ganas y qué pierdes al crecer, por qué reproduces y de qué y con qué humor te mueres?
¡Ah! Un poco de distancia respecto de su entorno no le vendría nada mal al lector.
Josep Vincent Marqués.
Desnaturalizar.
Cambiar el punto de partida.
Sólo una conciencia crítica puede ser libre.
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